Investigadores de la Universidad de Zúrich han examinado los patrones de consumo de carne de más de 20.000 personas de 23 países para determinar si existe una conexión entre el consumo de carne y la igualdad de género.
Los resultados indican que los habitantes de los países más ricos comen más carne que los de los países en desarrollo, y que los hombres comen más carne que las mujeres. Pero, algo sorprendente, las diferencias de género en el consumo de carne son mayores en los países con mayores niveles de igualdad de género y desarrollo social y económico. Los investigadores teorizan que esto se debe a que la gente de estos países tiene más oportunidades de expresar sus preferencias alimentarias.
De los 23 países estudiados, únicamente había tres en los que los hombres no comían más carne que las mujeres: China, India e Indonesia. Las mayores diferencias de género se encontraron en Alemania, Argentina, Polonia y el Reino Unido.
Los autores sugieren que estas conclusiones podrían servir de base a estrategias de fomento del consumo de carne de origen vegetal y cultivada. Por ejemplo, las estrategias del lado de la demanda, como la mejora de la comercialización, pueden ser eficaces en los países desarrollados, donde los consumidores tienen una libertad considerable para elegir lo que comen. En los países menos desarrollados, puede ser más eficaz incentivar a las empresas para que produzcan alternativas a la carne.

Carne y masculinidad
En muchas culturas se percibe una asociación entre la carne y la masculinidad, lo que puede explicar en parte por qué los hombres son menos propensos a moderar su consumo de carne. Una investigación publicada el año pasado por The Vegan Society reveló que los hombres son reacios a dejar de comer carne debido al estigma social y a la presión para ajustarse a las expectativas masculinas. Además, muchos hombres tienen ideas erróneas sobre nutrición y creen que la carne es necesaria para la fuerza y la salud.
La investigación también explica que los hombres tienden a comer carne como una forma de «masculinidad performativa». Renunciar a la carne puede verse como una violación de los roles de género, lo que se traduce en un trato duro por parte de los consumidores de carne. Además, los hombres son más propensos que las mujeres a decir que comer carne es natural, o a tener actitudes jerárquicas hacia los animales no humanos.
«Las diferencias en el consumo de carne entre hombres y mujeres tendían a ser mayores en los países con mayores niveles de igualdad de género y desarrollo social y económico», afirma Christopher Hopwood, autor principal del estudio de la Universidad de Zúrich. «Los niveles más altos de igualdad de género y desarrollo pueden dar a las mujeres mayor libertad para elegir comer carne con menos frecuencia y también pueden permitir a los hombres comprar y comer carne con más frecuencia».